viernes, 20 de enero de 2012

Sentimientos no callados tras la almohada

Una melodía agradable sonaba tras la puerta. Entró. Montones de velas rodeaban la cama y algunos pétalos de rosa descansaban sobre las sábanas dejando una fragancia dulce e irresistible. Se quedó atónito, mirando fijamente su habitación. Unos brazos le rodearon por detrás y unos labios besaron su cuello.

- ¿Te gusta? – le susurró al oído. Él apenas pudo articular palabra y simplemente se giró para besar sus labios. Cayeron en la cama, entre los pétalos, y le empezó a subir la camiseta lentamente. Sus labios recorrieron su pecho y fueron bajando, ardiendo bajo su piel. Sus manos acariciaban su cuerpo deseoso de placer. Los besos fueron bajando cada vez más y su aliento le hacía estremecer. Se detuvo en la cadera y su lengua empezó a dibujar círculos continuando su camino.

Empezó a agarrar con fuerza la almohada y a morderse los labios. Notaba como el corazón cada vez le iba más rápido y su respiración se aceleraba. Se tumbó de nuevo encima de él y le besó como nunca lo había hecho nadie, cada segundo que pasaba quería más y más, se acercaba a él todo lo que podía, ni una gota de aire podría haber pasado, y aún parecía que estuviese demasiado lejos.
Le hizo darse la vuelta y sus manos empezaron a moverse por su espalda, relajando sus músculos y uno de sus dedos dibujó un corazón besando después su centro. Aquel beso solo fue el primero de cientos que empezó a sentir por todos lados y aquellos labios llenos de amor parecían ser capaces de derretir hasta el hielo más frío. Entonces notó cómo su cuerpo entero descansaba sobre él y cómo empezó a moverse lentamente. Empezó a morderle con delicadeza el hombro y sus manos se entrelazaron, haciéndolo prisionero de una condena que esperaba que fuera perpetua.

Cada vez hacía más calor y el sudor empezó a resbalar por el cuerpo de ambos. Entonces se dieron la vuelta y él se puso encima. Clavó sus dientes en los labios del otro y sonrió. Ahora era él quién se movía, arriba y abajo, inhalando i exhalando grandes bocanadas de aire. Ambos gimieron al unísono y se dejó caer apoyando la cabeza en su pecho. Una lágrima recorrió su mejilla y él se la secó con el dedo. 

- ¿Por qué lloras?
- Porque soy feliz. Porque tú me haces feliz.