domingo, 18 de agosto de 2013

Nada es para siempre

Tengo los pies hinchados de tanto caminar, he recorrido un largo trayecto. ¿Y todo para qué? Para ver la misma eterna noche, para lidiar con la misma tormenta, la misma lluvia que corroe y empapa todas mis prendas. Estoy cansado. El aliento me quema tanto la garganta que desearía no respirar. Y entonces, sin más, caigo al suelo exhausto. Quisiera poder llorar pero ya no me quedan lágrimas.

El silbido del viento entre los árboles del bosque que me rodeaba me despertó. No sé cuánto tiempo llevo aquí tirado y a pesar de haber dormido sigo igual de cansado. Intento levantarme, una y otra vez, pero no tengo fuerzas. Es en ese preciso momento cuando recuerdo que he de seguir caminando, pero ¿por qué? Ya no sé ni por qué camino… Cierro los ojos de nuevo y me doy la vuelta. Dejo que el agua caiga sobre mi cara, noto como arrastra el barro incrustado en mis mejillas, el escozor al pasar por mis labios secos y resquebrajados, el sabor metálico de la lluvia o quizás de mi sangre.

Poco a poco voy recobrando mis fuerzas y de golpe dejo de sentir las gotas cayendo sobre mí. Abro los ojos y una quemazón me obliga a cerrarlos de nuevo tapándomelos con las manos. Los entreabro y veo… veo. Vuelvo a ver color, vuelvo a sentir calor… Ya no recordaba lo que sentía fuera de aquel lugar lúgubre y tenebroso por el cual me había visto envuelto. Alcé la vista al cielo y empecé a llorar como un niño perdido que encuentra a su madre de nuevo.


*Por muy duro que sea, por muy oscuro que lo veas todo, a pesar de todas las lágrimas que llores y de todo el sufrimiento que sientas, el día siempre sigue a la noche y la noche al día. Y lo que tanto daño te hizo acaba por hacerte más fuerte y te ayuda a apreciar mejor lo que perdiste y quieres volver a tener. A veces hay que caer para levantarse con más fuerza y recordar tu camino y así seguir adelante con más ilusión de la que llegaste.*

jueves, 26 de abril de 2012

Hueyas


El sol ya se había escondido y el reflejo de la luna llenaba de luz las olas del océano. Ella estaba sentada en la orilla, abrazando sus piernas y escuchando el murmullo del mar. Enterraba los pies en la arena aún tibia y su pelo se alzaba con el viento. Los recuerdos empezaron a llegar clavándose como agujas. Recordó sus brazos a su alrededor, su voz cálida y susurrante, aquellos carnosos labios que la hacían enloquecer… recordó que aquello ya no eran más que recuerdos, huellas en la arena de una playa ya desierta. Quiso llorar, pero ya no le quedaban lágrimas, quiso gritar, pero ya no le quedaba voz, quiso morir, pero ya estaba muerta. Se sentía como un jarrón más en la casa, bonita por fuera y bacía por dentro. Levantó la cabeza y miró el horizonte, como antaño hacían, soñando con llegar hasta los confines de la tierra, más allá de aquella infinita línea, donde el tiempo se detuviera y su amor por fin podría ser eterno. Se levantó y empezó a caminar, sintió el agua fría rozando sus tobillos pero no se inmutó. Se detuvo un instante, con la mirada perdida entre las olas, buscando algo que no iba a encontrar. Continuó avanzando lentamente y su vestido blanco empezó a flotar en el agua. Notaba como cada vez le era más difícil caminar, pero siguió adentrándose en las profundidades del océano esperando poder llegar a aquel lugar con el que tantas veces había soñado. Poco a poco se fue difuminando en la noche, sin ser más que una sombra engullida por el basto mar. Las burbujas dejaron de salir a flote y su cuerpo desapareció sin dejar rastro. ¿Acaso consiguió llegar? ¿O simplemente se rindió sin más?

viernes, 20 de enero de 2012

Sentimientos no callados tras la almohada

Una melodía agradable sonaba tras la puerta. Entró. Montones de velas rodeaban la cama y algunos pétalos de rosa descansaban sobre las sábanas dejando una fragancia dulce e irresistible. Se quedó atónito, mirando fijamente su habitación. Unos brazos le rodearon por detrás y unos labios besaron su cuello.

- ¿Te gusta? – le susurró al oído. Él apenas pudo articular palabra y simplemente se giró para besar sus labios. Cayeron en la cama, entre los pétalos, y le empezó a subir la camiseta lentamente. Sus labios recorrieron su pecho y fueron bajando, ardiendo bajo su piel. Sus manos acariciaban su cuerpo deseoso de placer. Los besos fueron bajando cada vez más y su aliento le hacía estremecer. Se detuvo en la cadera y su lengua empezó a dibujar círculos continuando su camino.

Empezó a agarrar con fuerza la almohada y a morderse los labios. Notaba como el corazón cada vez le iba más rápido y su respiración se aceleraba. Se tumbó de nuevo encima de él y le besó como nunca lo había hecho nadie, cada segundo que pasaba quería más y más, se acercaba a él todo lo que podía, ni una gota de aire podría haber pasado, y aún parecía que estuviese demasiado lejos.
Le hizo darse la vuelta y sus manos empezaron a moverse por su espalda, relajando sus músculos y uno de sus dedos dibujó un corazón besando después su centro. Aquel beso solo fue el primero de cientos que empezó a sentir por todos lados y aquellos labios llenos de amor parecían ser capaces de derretir hasta el hielo más frío. Entonces notó cómo su cuerpo entero descansaba sobre él y cómo empezó a moverse lentamente. Empezó a morderle con delicadeza el hombro y sus manos se entrelazaron, haciéndolo prisionero de una condena que esperaba que fuera perpetua.

Cada vez hacía más calor y el sudor empezó a resbalar por el cuerpo de ambos. Entonces se dieron la vuelta y él se puso encima. Clavó sus dientes en los labios del otro y sonrió. Ahora era él quién se movía, arriba y abajo, inhalando i exhalando grandes bocanadas de aire. Ambos gimieron al unísono y se dejó caer apoyando la cabeza en su pecho. Una lágrima recorrió su mejilla y él se la secó con el dedo. 

- ¿Por qué lloras?
- Porque soy feliz. Porque tú me haces feliz.

martes, 10 de mayo de 2011

Amor eterno

- Nos conocimos siendo tan solo unos niños ¿te acuerdas? Yo jamás podré olvidarlo, fue el mejor día de mi vida. Te vi sonreír y creí haber descubierto un tesoro mucho más valioso que todo el oro del mundo tras tus labios. Me quedé inmóvil cuando me miraste con aquellos ojos, hasta el sol los envidiaba por brillar más que él. Intenté acercarme con torpeza y tropecé, te acercaste y me tendiste tu mano, parecía tan delicada que me daba miedo tocarla y que se rompiera. Me preguntaste si estaba bien y tu voz me cautivó "Sí, ahora sí" contesté. Desde aquel momento supe que jamás podría separarme de ti y cogí tu mano para jamás volver a soltarla. Quise agradecerte haber podido conocerte y te regalé un anillo de plástico que había conseguido en una de aquellas bolas de las sala de recreativos, me arrodillé y te prometí que algún día nos casaríamos, dándote nuestro primer beso. Hoy quiero hacer honor a mi palabra – Se arrodilló como hizo la primera vez y abrió una cajita de cuero que escondía un anillo idéntico al de cuando eran niños, pero esta vez no era de plastico. - ¿Quieres casarte conmigo? – Una lágrima recorrió sus mejillas y tras un eterno segundo, dijo:
- Sí, quiero.

sábado, 9 de abril de 2011

Tan solo un segundo

Te tuve un segundo entre mis brazos y te escurriste como agua entre mis dedos. Te quise tan solo un segundo y en ese segundo me sentí más vivo que nunca. En un segundo fui capaz de conocerte y comprenderte mejor que nadie. Solo necesité un segundo para darme cuenta que no duraría, de que todo había acabado, pero fue más que suficiente. Gracias a ti he aprendido que cada segundo de mi vida puede ser especial y camino sin detenerme esperando encontrarme al fin con ese segundo que dure eternamente, con ese beso que jamás se acabe, con ese abrazo que jamás me suelte, con esa sonrisa que jamás entristezca, con esa mirada que me hechice y ese corazón que me quiera.

lunes, 17 de enero de 2011

En el infinito y adorado infierno

Un ángel cayó del cielo, humano por un día fue su deseo. Recorrió las calles y vio la creación de su señor, que era todo perfección ¿Cómo pudo crear tal aberración? Odio por doquier, guerras en todas y cada una de las tierras, muerte, sufrimiento ¿Esta era la creación que tanto amaba su señor? Entonces lo vio pasar, sus miradas se cruzaron solo un instante, una fugaz mirada les hechizó para siempre. Se conocieron por casualidad, el destino los unió sin que ellos se dieran cuenta, aún no se conocían, ni siquiera sabían sus nombres, pero sus almas se unieron como dos piezas de un rompecabezas, pues de dos almas gemelas se trataban. Él sabía que a la mañana siguiente ya no iba a estar allí, debía volver a la tierra prometida, recuperar sus alas, pero no las quería si él no venía. Sería capaz de renunciar al paraíso con tal de vivir en un infierno a su lado, pero sabía que aquello jamás ocurriría. Fue tras él y cogió su mano, era cálida como el sol y suave como las nubes. No hicieron falta palabras. Conoció la dulzura de sus labios, la delicadeza de sus manos, la ternura de sus palabras, la pasión de su cuerpo ¿Cómo iba a poder renunciar a aquello después de haberlo probado? Lo abrazó con fuerza, como si jamás pudiese volver a verlo. Cerró los ojos y notó el calor, ¿a caso era su imaginación? pero no los abrió. Y allí, en una habitación vulgar, en un mundo vulgar, un ángel y su alma gemela ardieron en las llamas de su amor para jamás renunciar a él.

viernes, 31 de diciembre de 2010

Todos tenemos nuestros secretos

Siempre has sido lo más importante para mí. Con solo mirarte sabía lo que necesitabas. Todos tus secretos también eran los míos, todos tus problemas también eran los míos. Cuando me abrazabas sentía que el mundo se derrumbaba bajo mis pies y me llevabas volando hacia un lugar mejor. Tus lágrimas me ahogaban y me hundían en un mar del que no podía salir. Tu sonrisa era la más bella de todas, brillaba como lo hacen las estrellas del inmenso cielo que tantas horas nos pasábamos mirando. Pero parecía que nadie más se daba cuenta de todo esto, solamente yo. He olvidado cuántas probaron el fruto de tus labios del que yo jamás probé. También olvidé cuántas te tocaron de aquella manera que yo jamás podré. Pero me conformo con tenerte a mi lado, sé que solo eres un compañero de viaje, el gran viaje al que llaman vida, aunque mi vida sea tuya y no te hayas dado cuenta. Sé que ya es hora de separarnos, has encontrado a otra persona y no te culpo, yo ya te encontré a ti aunque nuestras almas no se unieran. Mañana cuando despiertes y te dirijas al altar yo ya no voy a estar, pudiste pedirme todo lo que hubieses deseado y yo te lo hubiese dado, pero no me pidas que presencie como te entregas a otra persona que no sea yo. No podré cogerte de la mano y abrazarte, desearte lo mejor y darte mi enhorabuena. En lugar de eso huiré y lloraré el haberte perdido todos y cada uno de mis días, lloraré haber perdido mi corazón y mi vida. Te quiero, aunque jamás te lo haya dicho, pero estos labios pronto estarán sellados. Espero que ella te sepa hacer feliz como yo lo hubiese hecho. Adiós.

Cuando leyó la carta de su amigo rompió a llorar. Las letras se fueron difuminando hasta que no fue más que un borrón de tinta y de lágrimas. Se levantó y echó a correr. Gritó su nombre tan fuerte como su voz le dejó. Todos lo invitados se giraron a mirarle, pero él ya no estaba allí. Recorrió las calles en busca de la persona que más le importaba en este mundo con su nombre aún sonando entre sus labios. Llegó a su casa y deseó no haber llegado tarde, deseó que al abrir la puerta su rostro le mirara una vez más, pero aquello no ocurrió. Volvió a llamarlo pero él no estaba allí. Cuando iba a salir de la casa escuchó su nombre a sus espaldas. Se giró ferozmente y lo vio, en el piso de arriba con las maletas colgando de sus hombros. Ambos se quedaron paralizados, hasta que el sentido común volvió a entrar en ellos. Subió las escaleras con torpeza y hecho un manojo de nervios. Le tiró las maletas al suelo y lo abrazó tan fuerte que creyó perder la respiración. Entre jadeos logró articular palabra y le susurró al oído con la cara empapada de su dolor: - Yo también te quiero.