jueves, 26 de abril de 2012

Hueyas


El sol ya se había escondido y el reflejo de la luna llenaba de luz las olas del océano. Ella estaba sentada en la orilla, abrazando sus piernas y escuchando el murmullo del mar. Enterraba los pies en la arena aún tibia y su pelo se alzaba con el viento. Los recuerdos empezaron a llegar clavándose como agujas. Recordó sus brazos a su alrededor, su voz cálida y susurrante, aquellos carnosos labios que la hacían enloquecer… recordó que aquello ya no eran más que recuerdos, huellas en la arena de una playa ya desierta. Quiso llorar, pero ya no le quedaban lágrimas, quiso gritar, pero ya no le quedaba voz, quiso morir, pero ya estaba muerta. Se sentía como un jarrón más en la casa, bonita por fuera y bacía por dentro. Levantó la cabeza y miró el horizonte, como antaño hacían, soñando con llegar hasta los confines de la tierra, más allá de aquella infinita línea, donde el tiempo se detuviera y su amor por fin podría ser eterno. Se levantó y empezó a caminar, sintió el agua fría rozando sus tobillos pero no se inmutó. Se detuvo un instante, con la mirada perdida entre las olas, buscando algo que no iba a encontrar. Continuó avanzando lentamente y su vestido blanco empezó a flotar en el agua. Notaba como cada vez le era más difícil caminar, pero siguió adentrándose en las profundidades del océano esperando poder llegar a aquel lugar con el que tantas veces había soñado. Poco a poco se fue difuminando en la noche, sin ser más que una sombra engullida por el basto mar. Las burbujas dejaron de salir a flote y su cuerpo desapareció sin dejar rastro. ¿Acaso consiguió llegar? ¿O simplemente se rindió sin más?

viernes, 20 de enero de 2012

Sentimientos no callados tras la almohada

Una melodía agradable sonaba tras la puerta. Entró. Montones de velas rodeaban la cama y algunos pétalos de rosa descansaban sobre las sábanas dejando una fragancia dulce e irresistible. Se quedó atónito, mirando fijamente su habitación. Unos brazos le rodearon por detrás y unos labios besaron su cuello.

- ¿Te gusta? – le susurró al oído. Él apenas pudo articular palabra y simplemente se giró para besar sus labios. Cayeron en la cama, entre los pétalos, y le empezó a subir la camiseta lentamente. Sus labios recorrieron su pecho y fueron bajando, ardiendo bajo su piel. Sus manos acariciaban su cuerpo deseoso de placer. Los besos fueron bajando cada vez más y su aliento le hacía estremecer. Se detuvo en la cadera y su lengua empezó a dibujar círculos continuando su camino.

Empezó a agarrar con fuerza la almohada y a morderse los labios. Notaba como el corazón cada vez le iba más rápido y su respiración se aceleraba. Se tumbó de nuevo encima de él y le besó como nunca lo había hecho nadie, cada segundo que pasaba quería más y más, se acercaba a él todo lo que podía, ni una gota de aire podría haber pasado, y aún parecía que estuviese demasiado lejos.
Le hizo darse la vuelta y sus manos empezaron a moverse por su espalda, relajando sus músculos y uno de sus dedos dibujó un corazón besando después su centro. Aquel beso solo fue el primero de cientos que empezó a sentir por todos lados y aquellos labios llenos de amor parecían ser capaces de derretir hasta el hielo más frío. Entonces notó cómo su cuerpo entero descansaba sobre él y cómo empezó a moverse lentamente. Empezó a morderle con delicadeza el hombro y sus manos se entrelazaron, haciéndolo prisionero de una condena que esperaba que fuera perpetua.

Cada vez hacía más calor y el sudor empezó a resbalar por el cuerpo de ambos. Entonces se dieron la vuelta y él se puso encima. Clavó sus dientes en los labios del otro y sonrió. Ahora era él quién se movía, arriba y abajo, inhalando i exhalando grandes bocanadas de aire. Ambos gimieron al unísono y se dejó caer apoyando la cabeza en su pecho. Una lágrima recorrió su mejilla y él se la secó con el dedo. 

- ¿Por qué lloras?
- Porque soy feliz. Porque tú me haces feliz.