El sol ya se había escondido y
el reflejo de la luna llenaba de luz las olas del océano. Ella estaba sentada
en la orilla, abrazando sus piernas y escuchando el murmullo del mar. Enterraba
los pies en la arena aún tibia y su pelo se alzaba con el viento. Los recuerdos
empezaron a llegar clavándose como agujas. Recordó sus brazos a su alrededor,
su voz cálida y susurrante, aquellos carnosos labios que la hacían enloquecer…
recordó que aquello ya no eran más que recuerdos, huellas en la arena de una
playa ya desierta. Quiso llorar, pero ya no le quedaban lágrimas, quiso gritar,
pero ya no le quedaba voz, quiso morir, pero ya estaba muerta. Se sentía como
un jarrón más en la casa, bonita por fuera y bacía por dentro. Levantó la
cabeza y miró el horizonte, como antaño hacían, soñando con llegar hasta los
confines de la tierra, más allá de aquella infinita línea, donde el tiempo se
detuviera y su amor por fin podría ser eterno. Se levantó y empezó a caminar,
sintió el agua fría rozando sus tobillos pero no se inmutó. Se detuvo un
instante, con la mirada perdida entre las olas, buscando algo que no iba a
encontrar. Continuó avanzando lentamente y su vestido blanco empezó a flotar en
el agua. Notaba como cada vez le era más difícil caminar, pero siguió
adentrándose en las profundidades del océano esperando poder llegar a aquel
lugar con el que tantas veces había soñado. Poco a poco se fue difuminando en
la noche, sin ser más que una sombra engullida por el basto mar. Las burbujas
dejaron de salir a flote y su cuerpo desapareció sin dejar rastro. ¿Acaso
consiguió llegar? ¿O simplemente se rindió sin más?
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