viernes, 31 de diciembre de 2010

Todos tenemos nuestros secretos

Siempre has sido lo más importante para mí. Con solo mirarte sabía lo que necesitabas. Todos tus secretos también eran los míos, todos tus problemas también eran los míos. Cuando me abrazabas sentía que el mundo se derrumbaba bajo mis pies y me llevabas volando hacia un lugar mejor. Tus lágrimas me ahogaban y me hundían en un mar del que no podía salir. Tu sonrisa era la más bella de todas, brillaba como lo hacen las estrellas del inmenso cielo que tantas horas nos pasábamos mirando. Pero parecía que nadie más se daba cuenta de todo esto, solamente yo. He olvidado cuántas probaron el fruto de tus labios del que yo jamás probé. También olvidé cuántas te tocaron de aquella manera que yo jamás podré. Pero me conformo con tenerte a mi lado, sé que solo eres un compañero de viaje, el gran viaje al que llaman vida, aunque mi vida sea tuya y no te hayas dado cuenta. Sé que ya es hora de separarnos, has encontrado a otra persona y no te culpo, yo ya te encontré a ti aunque nuestras almas no se unieran. Mañana cuando despiertes y te dirijas al altar yo ya no voy a estar, pudiste pedirme todo lo que hubieses deseado y yo te lo hubiese dado, pero no me pidas que presencie como te entregas a otra persona que no sea yo. No podré cogerte de la mano y abrazarte, desearte lo mejor y darte mi enhorabuena. En lugar de eso huiré y lloraré el haberte perdido todos y cada uno de mis días, lloraré haber perdido mi corazón y mi vida. Te quiero, aunque jamás te lo haya dicho, pero estos labios pronto estarán sellados. Espero que ella te sepa hacer feliz como yo lo hubiese hecho. Adiós.

Cuando leyó la carta de su amigo rompió a llorar. Las letras se fueron difuminando hasta que no fue más que un borrón de tinta y de lágrimas. Se levantó y echó a correr. Gritó su nombre tan fuerte como su voz le dejó. Todos lo invitados se giraron a mirarle, pero él ya no estaba allí. Recorrió las calles en busca de la persona que más le importaba en este mundo con su nombre aún sonando entre sus labios. Llegó a su casa y deseó no haber llegado tarde, deseó que al abrir la puerta su rostro le mirara una vez más, pero aquello no ocurrió. Volvió a llamarlo pero él no estaba allí. Cuando iba a salir de la casa escuchó su nombre a sus espaldas. Se giró ferozmente y lo vio, en el piso de arriba con las maletas colgando de sus hombros. Ambos se quedaron paralizados, hasta que el sentido común volvió a entrar en ellos. Subió las escaleras con torpeza y hecho un manojo de nervios. Le tiró las maletas al suelo y lo abrazó tan fuerte que creyó perder la respiración. Entre jadeos logró articular palabra y le susurró al oído con la cara empapada de su dolor: - Yo también te quiero.

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