lunes, 13 de diciembre de 2010

Cruel realidad

Sentí su respiración junto a mi rostro, su aliento volvía a estar allí de nuevo. Podía percivir su fragancia embriagadora que anulaba todos mis sentidos. Estaba allí. Recordé la primera mirada, era la primera vez que nos veíamos y fue como si nos conociéramos de toda la vida. Aquella mirada tan intensa, tan llena de vida como una llama de fuego capaz de derretir mi corazón de hielo. Recordé sus primeras palabras, su voz era como la más hermosa melodía jamás compuesta, parecía casi imposible que un simple saludo me hipnotizara de aquella manera, como si nada más existiera a parte de él. Recordé el primer beso en aquella playa desierta, el sol fundiéndose con el mar en el horizonte, la arena tivia entre mis pies descalzos, sus brazos rodeándome como si jamás fuera a soltarme, su susurrante Te Quiero en mi oído y sus labios rozando los míos. Recordé nuestra primera discusión, jamás tuve tantas ganas para que una lágrima naciera de mis ojos, recorriera mis mejillas y muriera en mis labios. Recordé el primer perdón, nos miramos directamente a los ojos y sin decir palabra quedó todo olvidado con un beso eterno que duró demasiado poco. Recordé su primera caricia, tan casta como las demás, pero más tentadora que cualquier otra, como su mano, ligera y pura como la pluma de un ángel, recorrió todo mi cuerpo hasta que me hizo estremecer y ruborizarme, aquella sonrisa pícara que tanto amaba brotó de sus labios y yo solo deseé que aquella mano no se despegara jamás de mi piel. Recordé el último Adiós, sus palabras atravesaron mi corazón como una espada más fría que el hielo, no quería creer lo que mis sentidos me decían, no podía ser real aquel momento, aquellas manos cogiendo las mías, aquellos labios que tanto amé hiriéndome de aquella manera. Abrí los ojos en aquel mismo instante, giré la cara para mirarlo de nuevo, pero él ya no estaba allí, solo estaba el vacío de su ausencia, mi almhoada anegada en lágrimas y las sábanas blancas teñidas del rojo de mis venas.

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