martes, 14 de diciembre de 2010

El corazón atiende a razones que la razón no entiende

Le miré directamente a los ojos, cristalinos por sus lágrimas, apagados y sin vida. Ya no era el mismo que conocí. Aquel rostro ya no me decía nada, solo era un recuerdo borroso de lo que fue. Cogí su mano con delicadeza, pues temía que fuera tan débil como aparentaba ser y se rompiera en mil pedazos. Le acaricié y noté cómo se estremecía entre mis manos. Pensar que creí que lo fue todo para mí. Me engañé, o por lo menos lo intenté. Odiaba hacerle daño y se lo hice una vez más, pero prometí que sería la última. Me lo dio todo, su cariño, su cuidado, su atención, su corazón... y yo no pude devolverle nada. Le di un último beso y un último Adiós para ir en brazos del dolor, del amor, porque esa fue la razón de que abriera los ojos, el amor tiene que doler, tanto como si te arrancaran el corazón y te pusieran sal en la herida. Y yo no sentía nada. Continué mi camino dándole la espalda, y por fin fui capaz de sentir algo, la culpa, así supe que tomé la decisión correcta. Porque aunque me lo diera todo y me entregara su mundo en bandeja de plata jamás me enamoraría de él. El verdadero amor surge cuando nos enamoramos de los defectos del otro, no de sus virtudes. Y así, con lágrimas en los ojos, fui en busca del sufrimiento que tanto deseaba abrazar.

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